Sol Ramos: casa de muñecas II

Adentro!

Y Vacarezza detrás de las puertas y las ventanas de los conventillos ventilaba las pasiones de esas pequeñas babeles de destierro. Discépolo mas tarde encarnaría los personajes mayores de la escena nacional. El grotesco como género se había instalado en el teatro argentino. Se respiraba la escasez, el recurso limitado y eso hacia colorido lo opaco. Murales de mosaicos eran las paredes que se cubrían de colores diferentes, frutos de saldos de pinturas, ya de barcos ya de algún descuido capataz. El recurso era aleatorio, casual, descartado, descastado tal vez. El mural es una retórica de lo total, y Ramos lo cultiva, suertes de jardines de arena o pantallas de la tierra desde el satélite de la órbita de Kromos, esa constelación colorida. Pero de pronto las arquitecturas de restos terminan siendo atravesadas por las pasiones, los dolores, las esperanzas de personajes fulgurantes, estridentes que gritan desde sus corazones. Sueñan en un mar de burbujas de detergentes cianóticos, Se enredan como medusas en cabelleras lavadas con agua de lluvia, se trasfunden el fondo de un cajón sin el auxilio de un somnífero para no pensar más. Alguna rubia se pliega en las bisagras de una ventana que le lame el sur en desvergüenza. Como se mira a través las persianas de las casas que tenían persianas de madera, balaustradas, botaguas y alfeizares mira Sol Ramos. Chusma piadosa. Cronista de soledades que se aferran a la esfera deforme de la almohada como aferradas a una pena desnuda. Y los dientes y la uñas como iconos de marfil criollo, saltados, careados amarillos y hambrientos. Y la estrecha soledad de cada cuarto que cuelga del aire como la única bombilla oscura en el miedo de la pieza. Así se aman los perros, los niños y las personas.

Fernando Fazzolari

Sol Ramos

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